A veces, hacer que la vida parezca un sueño es tremendamente fácil si tienes la capacidad o la suficiente sensibilidad como para disfrutar de pequeñas cosas que hacen de este mundo algo mejor de lo que realmente es. Sentarse en unas rocas al borde del mar para sencillamente mirar el horizonte y contemplar como el sol surge de él o se pierde inmenso y naranja a través de esa línea es una de las imágenes más hermosas que este mundo nos tiene reservadas y hay que disfrutarla con plenitud. Un espectáculo que nos brinda este planeta donde nadie por mucho poder o empeño que ponga, podrá evitar que cada amanecer o atardecer se suceda día tras otro. Desde mi rincón, donde difícilmente llega la brisa de ese mar, soy capaz de transportarme a esas rocas y dejarme mecer por ese vaivén de olas que pone música de fondo a mis pensamientos y soy capaz de nuevo de ver los rayos de sol que desde el horizonte parecen desearme los buenos días o un simple luego nos vemos para con ello recuperar la sonrisa y caminar por esta ciudad de asfalto como si todo lo que me rodea esquivara mi burbuja para mantenerme a salvo.
A veces, es sencillo soñar. A veces, no necesitas más que contarlo para que todo suceda, para que todo lo vivas como si realmente estuviera ocurriendo. Pasear bajo una gran luna llena que persigue tu caminar. Como cuando de niña ibas en el coche de tus padres de noche y mirabas la luna a través del cristal y pensabas, me está siguiendo. Y llegabas a casa, y ahí estaba, en lo alto de tus pensamientos y la mirabas y le decías: me estabas siguiendo.
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